Antropología y turismo. Un camino de omisiones, desencuentros y redescubrimiento.


Antropología y turismo. Un camino de omisiones, desencuentros y redescubrimiento.


Mtra. Irma Gabriela Fierro Reyes.

-Antropóloga por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Unidad Chihuahua.
-Maestra en Ciencias con la Especialidad en Ecología Humana, otorgado por el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (CINVESTAV), Unidad Mérida. 
-Coordinadora académica de la Extensión Creel en  la Escuela de Antropología e Historia del Norte de México, Extensión Creel.


 Imagen 1.
Título: “Turismo y cultura, ¿un binomio discordante?”
Autor: Ricardo Rodríguez González
Lugar y año: San Ignacio de Arareko, Bocoyna, Chihuahua, 2014.

Quizá una de las acepciones que hoy en día se encuentra asociada de forma más intrínseca con la idea de viajar y de conocer otros sitios es el imaginario que gira en torno al turismo y a todo aquello que se relaciona con él. Factores como la búsqueda y la elección de un destino qué visitar; el estilo de viaje que se adoptará; las actividades que se realizarán en el lugar en cuestión; los intereses y las razones que nos motivan a conocer otros sitios, nos han llevado a pensar que viaje y turismo son una misma cosa, cuando esto no necesariamente es así.
El acto de viajar –en sí mismo– va más allá de su reciente relación con el fenómeno turístico; en realidad, es algo inherente a la naturaleza del ser humano. Recordemos que en los orígenes de nuestra especie, los diferentes grupos sociales hasta entonces existentes pasaron miles de años emprendiendo largas travesías, a través de los linderos geográficos explorados en ese momento, antes de que se dieran las condiciones necesarias que les permitieron asentarse en las diferentes regiones del mundo.
El deseo por conocer otros sitios, y la inquietud por explorar todo aquello que se encontraba en ellos motivaron gran parte de los acontecimientos que hoy en día conforman los más significativos episodios de nuestra historia. El descubrimiento de “otros mundos” y el contacto entre distintas culturas; los distintos procesos de colonización, dominación y aculturación experimentados a través de los últimos siglos; las diásporas y los movimientos migratorios; los conflictos bélicos en aras de la expansión territorial y la explotación de los recursos naturales son sólo algunos ejemplos de todos los fenómenos socioculturales, políticos y económicos asociados al acto de viajar emprendido por la humanidad.
Por su parte, lo que hoy conocemos como turismo (es decir, la acción de viajar, pero ligada al ocio, el descanso y el esparcimiento) no despuntó como un sector socioeconómico de gran envergadura a nivel internacional sino hasta bien entrado el siglo XX, luego de la consumación de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Esto sucedió, en gran medida, gracias a la conformación de un contexto cada vez más globalizado –más interconectado–, así como a la transformación de las dimensiones “clásicas” de tiempo y espacio.
De acuerdo con los últimos datos reportados por la Organización Mundial del Turismo (OMT), en los últimos sesenta años la actividad turística en el mundo entero ha reportado un crecimiento constante y sin precedentes; esto a pesar de las contrariedades económicas registradas durante la última década. En el año 2012, el número de turistas internacionales superó los 1,000 millones de personas, con un crecimiento del 4%. Tres años después, en el 2015, los viajantes alcanzaron la cifra de 1,186 millones de individuos, logrando una tasa de crecimiento del 4.6% (Organización Mundial del Turismo, 2013; 2016).
Según las proyecciones realizadas por la OMT para el largo plazo, en los siguientes 13 años la tasa de crecimiento en este sector se mantendría en un 3.3% (lo que corresponde a un incremento de 43 millones de turistas internacionales por año), para alcanzar –finalmente– en el 2030 la suma total de 1,800 millones de viajantes (Organización Mundial del Turismo, 2013). No obstante, el comportamiento reciente del fenómeno turístico apunta que la tasa de crecimiento anual prevista será rebasada por uno o dos puntos porcentuales durante los siguientes diez años (Organización Mundial del Turismo, 2015; 2016).
Entonces, a pesar de no ser lo mismo, por su complejidad y características diversas, no podemos negar que tanto el viaje como el turismo son fenómenos netamente antropológicos; de alguna forma u otra, representan esos primeros encuentros con aquello que hemos llamado “la Otredad”. En cuanto al turismo, más allá de cifras y pronósticos oficiales, lo cierto es que es un fenómeno rico en multiplicidad, compuesto por una enorme diversidad de procesos, actividades, actores y contextos sociales; en su haber se encuentran implicadas numerosas escalas de acontecimientos de índole económica, política, cultural y ambiental. En este sentido, el turismo “es mucho más que tan sólo un conjunto de prácticas económicas […], es un fenómeno sociocultural global y dinámico” (Salazar, 2005, 136).
De acuerdo con este orden de ideas, y siguiendo lo dicho por Clavé y González (2007) y por Urry (2002), es difícil pensar que en el actual contexto global exista un lugar lo suficientemente “aislado” o “prístino” como para escapar de los alcances del fenómeno turístico, y de la puesta en marcha de sus múltiples modalidades. En términos durkhemianos, el turismo podría considerarse entonces como un auténtico hecho social, lo cual lo convierte en un nutrido campo de interés para el quehacer de la Antropología Social.
Sin embargo, y a pesar de los evidentes nexos que existen entre la naturaleza del turismo y los intereses investigativos de la disciplina antropológica, lo cierto es que el binomio Antropología-Turismo estuvo planteado –hasta hace relativamente poco– en términos más bien negativos; un asunto escabroso, difícil incluso de tratarse abiertamente.
Todavía pasada la segunda mitad del siglo XX, los principales teóricos y exponentes de la Antropología Social concebían al turismo como un fenómeno perverso, nocivo, indigno; representaba –nada más y nada menos– el propio anti ethos de la disciplina. Para nuestros colegas de antaño, la construcción de desarrollos turísticos en los contextos locales, así como la sola presencia del viajante en ellos encarnaban verdaderas “transgresiones” a las manifestaciones culturales y a las formas de vida “tradicionales” de todas aquellas comunidades y grupos sociales que sí eran dignos de estudiarse por la Antropología. Bajo esta visión, la irrupción del turismo representaba la ruptura de todos esos contenidos patrimoniales dignos de preservarse, en tanto que representaban idiosincrasias valiosas como “objetos de estudio” (Hernández 2006; Lagunas, 2012).
Imagen 2.
Título: “Hacer trabajo de campo en un contexto de mercantilización cultural”
Autor: Ricardo Rodríguez González
Lugar y año: San Ignacio de Arareko, Bocoyna, Chihuahua, 2014.

Sin duda, esta serie de ideas tuvo como consecuencia una especie de “aletargamiento” para nuestra disciplina. Mucho le costó a la Antropología sortear estos prejuicios, para finalmente poder insertarse en el debate académico emprendido más tempranamente por otras disciplinas (entre las que destaca –por mucho– la Geografía) en torno al estudio del fenómeno turístico. Antes de que esto sucediera, el antropólogo y el turista no tuvieron más remedio que el de trazar caminos en paralelo; siempre presentes el uno frente al otro, pero también siempre distantes el uno con respecto al otro.
A pesar de su cercanía, el antropólogo optó por ignorar al turista, sin considerar sus intereses, expectativas y motivaciones, sin observarlo como cualquier actor social, como un potencial interlocutor. El turista, por su parte, fue delineando nuevos senderos, buscando alternativas diversas de descanso y esparcimiento, que respondieran a sus deseos por conocer otras realidades, y que fueran más allá de lo preestablecido por el modelo de “sol y playa” que caracteriza a ese llamado turismo “clásico”. Y lo hacía encontrando en su camino –una y otra vez– al antropólogo, sin saber a ciencia cierta qué hacía en esos lugares que le interesaba conocer.
¡Y qué decir de la “peor” ofensa proferida en contra de un antropólogo en voz de sus propios sujetos de estudio! ¡Ser confundido con un turista! Y es que sin advertirlo, o sin planearlo, el antropólogo y el turista lucían de igual forma para muchos actores locales (Crick, 1992).
Todo esto vino a transformarse –de manera paulatina– hace alrededor de treinta años. No fue sino hasta la década de los años ochenta del siglo XX[1] que la Antropología Social dejó de ignorar al turismo como fenómeno dinámico y se interesó por su estudio. Sólo hasta ese momento, se puede decir que quedó rebasada esa primera etapa de desencuentros, lo que fructificó en numerosas líneas de investigación que han abordado, entre otras cosas, la relación del fenómeno turístico con procesos tales como la globalización, el capitalismo, la mercantilización cultural, la posmodernidad, la movilidad, la resignificación de los territorios, el patrimonio y las formas de vida “tradicionales”. Pronto, ello devino en la construcción de lo que hoy conocemos como la “Antropología del Turismo”.
Hoy en día, es inevitable dar la vuelta a los factores derivados de la expansión y la diversificación del turismo, así como a las múltiples implicaciones que esto ha traído consigo en aspectos como la reconfiguración de los espacios regionales, y la producción de prácticas sociales y de representaciones culturales.

Imagen 3.
Título: “Antropólogos y turistas en un mismo espacio social”
Autor: Ricardo Rodríguez González
Lugar y año: Valle de los Monjes, Bocoyna, Chihuahua, 2014.

Sin embargo, a la Antropología del Turismo le queda mucho camino más por recorrer. A pesar de la reciente proliferación de investigaciones antropológicas que dan cuenta de las características del fenómeno turístico, en su relación con las distintas sociedades que se encuentran implicadas en él, lo cierto es que a la subdisciplina le quedan por vencer otros tantos retos importantes.
Quizá uno de los más sustanciales sea el de generar un corpus teórico propio, lo suficientemente sólido, que vaya más allá de conceptos aislados y tipificaciones simplistas (Santana, 2006). Por otro lado, está el asunto del diseño de metodologías y estrategias de trabajo acordes al quehacer etnográfico, pero que a su vez se encuentren a la altura de la versatilidad y la movilidad que caracterizan a la actividad turística en sí misma.
Esto nos sugiere un mundo abierto de posibilidades; una veta rica en investigación antropológica, que –más allá de desmotivarnos– nos puede llevar al entendimiento de nuevos espacios de intercambio cultural, de auténticas “zonas de contacto” (Lomnitz, 1999, 19), lo cual es –sin duda alguna–, desde los comienzos de nuestra disciplina, uno de los ejes cardinales del quehacer antropológico.

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Bibliografía
Clavé, S. y F. González. (Eds.). (2007). A propósito del turismo. La construcción social del espacio turístico. Barcelona: Editorial UOC.
Crick, M. (1992). Representaciones del turismo internacional en las ciencias sociales: sol, sexo, paisajes, ahorros y servilismos. En Jurdao, F. (Comp.). Los mitos del turismo. Madrid: Endymión, 341-353.
Hernández, J. (2006). Producción de singularidades y mercado global. El estudio antropológico del turismo. Boletín Antropológico, 24(66), 21-50.
Lagunas, D. (2012). De la actividad al discurso: problemas en torno a la antropología del turismo. En Castellanos, A. y J. Machuca. (Coords.). Turismo y antropología: miradas del Sur y el Norte. México: Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa, Juan Pablos Editor. 15-37.
Lomnitz, C. (1999). Introducción al estudio de zonas de contacto y fronteras culturales. En Monterroso, N. y G. Valencia. (Coords.). Turismo y cultura. México: Universidad Autónoma del Estado de México, 19-40.
Organización Mundial del Turismo. (2013). Panorama OMT del turismo internacional. Edición 2013. España: Organización Mundial del Turismo.
Organización Mundial del Turismo. (2015). Panorama OMT del turismo internacional. Edición 2015. España: Organización Mundial del Turismo.
Organización Mundial del Turismo. (2016). Panorama OMT del turismo internacional. Edición 2016. España: Organización Mundial del Turismo.
Salazar, N. (2005). Más allá de la globalización: la glocalización del turismo. Política y Sociedad, 42(1), 135-149.
Santana,  A. (2006).  Antropología y Turismo ¿Nuevas hordas, viejas culturas? Barcelona: Ariel Antropología, 27-52.
Urry, J. (2002). The tourist gaze: leisure and travel in contemporany societies. Londres: Sage.



[1] Antes de ello, se produjeron unos cuantos trabajos de índole antropológica sobre el turismo. No obstante, estas investigaciones pueden considerarse más bien como una “excepción a la regla” (Hernández, 2006).

Comentarios

  1. Muy agradable leer estos apuntes investigativos desde la antropología sobre este fenómeno mundial. Me alegra de sobremanera pasar por este espacio y encontrarles. Gracias por compartir
    Saludos desde Perú.

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